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L’enigma del cranio di Cartesio                                                                      Puoi leggere quest’articolo in italiano cliccando qui

Franz Hals – Retrato de Descartes, 1649

René Descartes (1596-1650), latinizado Renatus Cartesius , eminente matemático y filósofo francés, que abrió las puertas del racionalismo al pensamiento moderno, fue aquél que con su famosísima frase ‘Cogito, ergo sum’ (pienso, luego existo) nos enseñó que sabemos que existimos porque tenemos la capacidad de pensar.

Un cerebro privilegiado y brillantísimo, no hay dudas. No hay que extrañarse, por lo tanto, que el cráneo que contuvo dicho cerebro haya sido muy deseado por algunos admiradores de este gran científico, aprovechando alguna situación ‘favorable’ en la que podía ser ‘sustraído’. Seguir el rastro y las peripecias de esta reliquia (no santa, pero una reliquia a todos los efectos) podría llenar páginas y páginas de un relato de ‘suspense’. Pero intentaremos explicarlo de la manera más breve y clara posible.

El 11 de febrero de 1650, día de su muerte, Descartes se encontraba en Estocolmo, donde había ido por deseo de la reina Cristina de Suecia que quería ser instruida personalmente por él sobre cuestiones de filosofía. Transcurridos dieciseis años de su entierro en la ciudad nórdica, Francia se acordó de su ilustre conciudadano y quiso que sus restos volvieran a su patria natal. La misión fue encargada a Hugues de Terlon, embajador de Francia en Suecia. Los huesos fueron transferidos desde el viejo ataúd en el que se encontraban  a una caja de cobre larga como un fémur. Tenemos que presuponer que todos los huesos del filósofo fueron depositados en dicha caja, por lo tanto el cráneo también. Su ausencia se habría notado.  La caja fue trasladada en barco hasta Copenhague, escoltada por funcionarios franceses. En esta ciudad permaneció algunos meses para después proseguir su camino por vía terrestre hasta Francia, llegando a París en enero de 1667, es decir después de ocho meses de su exhumación, después de haber pasado el control de aduana a su llegada a Francia y donde la caja fue mandada abrir por los gendarmes.

En junio del mismo año, y después de haber sido cambiados a un ataúd de madera, lo restos fueron llevados a la iglesia de Sainte-Geneviève-du-Mont, luego convertida en el Pantheon. Se acercaba la Revolución así que se acondicionó un lugar donde llevar las obras de arte, incluso sacras, para resguardarlas de los actos vandálicos del pueblo.

El lugar designado fue el viejo Convento de los Pequeños Agustinos en la orilla del Sena, que se convirtió en una suerte de Museo de los Monumentos Franceses. A este nuevo museo fueron llevados también vestigios, estatuas de santos y tumbas de la iglesia de Sainte-Geneviève, entre los cuales la tumba de Descartes, porque en el tiempo que había transcurrido la fama del filósofo había crecido mucho y ya se le consideraba como un ‘grande’. Cavaron  la que consideraban que fuera la tumba del filósofo y encontraron algunos restos: una tibia, un fémur, fragmentos de un radio, un cúbito y un hueso plano que podía ser un fragmento de cráneo. Alexandre Lenoir, que estaba al frente de esta iniciativa, guardó para sí el fragmento plano del que mandó hacer algunos anillos. Posteriormente los huesos fueron trasladados a un sarcófago egipcio de pórfido colocado en el Jardín Elíseo, al lado del Sena, junto con otros objetos de piedra.

En 1816, un decreto de Luis XVIII ordenó que todas las obras de arte fueran devueltas a las instituciones religiosas de donde habían sido cogidas. Pero la iglesia de Sante-Geneviève (la patrona de Paris) ya no existía como tal habiendo sido construido en su lugar el Pantheon, por lo que los huesos de Descartes fueron llevados a otro lugar, igualmente significativo: Saint-Germain-des-Prés, la iglesia más antigua y representativa de la ciudad. En 1819 la caja de madera fue sacada del sarcófago y llevada a la citada iglesia. A su llegada, fue abierta, los restos fueron colocados en otra caja de roble y sepultados en el lado derecho de la nave, con una lápida que aun hoy existe y podemos leer. Pero, aparte de que los huesos ya estaban todos pulverizados o hechos trizas, debido a su mala conservación, faltaba el cráneo, única pieza que permanece reconocible incluso bajo pésimas condiciones de sepultura. Sin embargo, los expertos coinciden en señalar que es muy probable que ya faltara antes de la llegada de los restos de Descartes a Francia, es decir en 1666.

Capilla lateral de Saint-Germain-des-Prés en la que descansan los restos de Descartes

Dos años más tarde, en 1821, un ilustre químico de origen sueco, Jöns Jacob Berzelius, que estaba presente en la última exhumación de los restos de Descartes, leyó por casualidad que en Estocolmo, después de la muerte del famoso cirujano Anders Sparrman, se habían subastado muchos objetos de su pertenencia, entre los cuales el cráneo de Descartes, que había sido comprado por un tal Argren, propietario de una casa de juego.

Berzelius consiguió localizar al tal Argren quien se lo revendió por el mismo precio al que lo había comprado. El cráneo fue enviado inmediatamente a París que fue examinado por los miembros de la Academia de las Ciencias. Faltaba la mandíbula, algo bastante normal porque se desprende con facilidad. Pero estaba lleno de frases escritas. Entre éstas, cuatro versos en latín “Parvula cartesii fuit haec calvaria magni, / exuvias reliquas  gallica busta tegunt; / sed laus ingenii toto diffunditur orbe, / mistaque coelicolis mens pia semper ovat” (Este pequeño cráneo perteneció al gran Descartes, los otros restos están escondidos en tierra de Galia; pero su ingenio es elogiado en todo el globo, y su espíritu exulta siempre en la esfera del cielo). Y otra escrita más: “Cráneo de Descartes, cogido por J. Fr. Planström en el año 1666, en la época en la que su cuerpo estaba a punto de ser devuelto a Francia”.

Epitafio de Descartes. Saint-Germain-des-Prés

Los académicos empezaron a dudar de que fuera el verdadero cráneo de Descartes y encargaron una investigación para poder reconstruir los hechos y averiguar cuándo fue sustraído y quién era el tal Planström. También se pensó en la posibilidad de que éste pudiera haber sustraído el verdadero cráneo y haberlo sustituido con otro para no levantar sospechas, razón por la cual los aduaneros franceses no notaron nada anormal. Se descubrió que Planström era el capitán de las guardias cívicas que habían vigilado la caja en la que Terlon había mandado colocar los restos de Descartes, y el primero de una lista de propietarios del cráneo.

A su muerte la reliquia pasó a un tal Olof Bang, acreedor de Planström, y a la muerte de Bang pasó a su hijo Jonas Olofsson Bang, que fue quien escribió los versos en latín, de los cuales era autor un amigo suyo. Después la lista de los propietarios sigue: el joven Bang lo pasó al militar Axel Hägerflycht que lo guardó hasta 1740; en 1851 llegó a manos del funcionario Anders Anton Stiernman (cuya firma aparece en el cráneo); luego a las de su yerno, Olof Celsius (también aparece su firma) que fue obispo de Lund; a continuación permaneció a Johan Fischerström hasta 1796, fecha en la que sus bienes fueron subastados, y el cráneo fue adquirido por el agente de impuestos Ahlgren, cuya firma aparece detrás de la oreja izquierda.

Fue este último quien informó al ya citado profesor Anders Sparrman, cirujano y coleccionista de fósiles y cráneos, de que estaba en posesión de un objeto de gran interés. Y así el cráneo fue a parar a la colección de Sparrman y, así aparentemente, el círculo se cierra.

Aparentemente, porque un amigo de Berzelius, que recibió una carta de éste en la que explicaba todas las peripecias del cráneo de Descartes expresando su satisfacción de haberlo hallado, le contestó diciendo que en la Universidad de Lund, en Suecia, había otro cráneo de Descartes, considerado absolutamente auténtico. Y efectivamente, hoy un hueso parietal del cráneo de Descartes forma parte de la colección del Historiska Museet de Lund. Si este objeto fuera auténtico podría haber otra hipótesis más: después de que Plaström sustrajera el cráneo sustituyéndolo con otro, otra persona habría después robado este segundo cráneo pensando que fuese el auténtico.

Estatua de Descartes. La Haye en Toraine, ciudad natal de Descartes

Pero volvamos al que fue enviado  a Francia y examinado por los miembros de la Academia de las Ciencias. ¿Dónde había ido a parar? Se lo preguntaron los académicos en 1912 y descubrieron que había sido entregado al Museo de Historia Natural de París, pero no estaba expuesto desde hacía algunos  años porque dudaban sobre su autenticidad. Por lo tanto, para intentar resolver el enigma se pidió a Paul Richer, médico, académico y experto en pintura y escultura que hiciera una comparación entre el cráneo y un famoso retrato de Descartes de 1649 de Franz Hals, considerado el más verídico retrato del filósofo.

El estudio de Paul Richer confirmó que el cráneo era compatible con el retrato de Hals. El caso parecía resuelto. Pero después, de nuevo la duda: ¿el retrato fue pintado con el sujeto delante? Por lo visto no existían documentos que confirmasen contactos entre Hals y Descartes. Y además, quién podría entonces afirmar que también los restos conservados en Saint-Germain-des-Prés fueran auténticos, después de tantos cambios? Recordemos, además, que entre los restos encontrados de Lenoir había un fragmento plano, transformado en anillos, que podía ser una parte del cráneo, cuando en realidad el cráneo ya había sido sustraído en Suecia (o los cráneos)…

Cráneo de Descartes, expuesto en el Musée de l’Homme, Paris

Actualmente el ‘posible’ cráneo de Descartes puede verse en el Museo del Hombre (Musée de l’Homme), al que han dado una colocación más bien modesta. Ahora no quedaría que verificar, con una prueba de ADN, si por lo menos los restos de Saint-Germain-des-Prés coinciden con este cráneo.

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De: A. Castronuovo: Ossa, cervelli, mummie e capelli. Macerata 2016