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Anche gli alberi vogliono la loro parte Puoi leggere quest’articolo in italiano cliccando qui
Todos sabemos que hay árboles que tienen un significado especial, sobre todo en el campo religioso. Algunos son (o eran) incluso considerados como sagrados y por lo tanto objeto de veneración. El roble, por ejemplo, era uno de los árboles más sagrados tanto en la mitología greco-romana como en las culturas hebraica y céltica; el mirto era el árbol sagrado de Afrodita, el ciprés era, y es, el emblema de la muerte, el olivo el de la paz. El abeto era símbolo de fertilidad para los celtas, de esperanza para los griegos y en otras culturas estaba asociado a la inmortalidad, porque es un siempreverde. Bajo un árbol de pipal (ficus religiosa) Buda recibió la iluminación. Muy importante para los egipcios era el sicomoro, el árbol que está fuera de la puerta del Cielo, desde el cual cada día surge el dios del sol Ra. En China la planta de loto está considerada como el límite entre lo humano y lo divino. Y, de esta manera, podríamos citar centenares de otros ejemplos ligados a otros tantos árboles.
Pero hay algunos que, además de esto, han sido testigos de eventos importantes (reales o legendarios) y son venerados como reliquias. Muchos han desaparecido ya, pero otros aún existen y reciben las visitas de millares de personas. Veamos algunos.
El espino blanco de José de Arimatea
Según una tradición muy antigua, José de Arimatea, el que proporcionó el sepulcro de Cristo y que recogió la sangre que salió de su costado en un cáliz, el Santo Grial, habría viajado a Britania. Llegó al valle de Avalon (el actual Glastonbury) y desde allí empezó la obra de evangelización de esa tierra. Esta tradición, que se conecta también con el ciclo literario del Santo Grial y del rey Arturo, es relatada por Robert de Boron en el ‘Roman dou l’Estoire de Graal ou Joseph d’Arimathie’ (siglo XIII). José de Arimatea habría llegado a Gran Bretaña hacia el año 62 y habría permanecido allí hasta su muerte, ocurrida en el 82 en la isla de San Patricio, donde también habría sido enterrado, no lejos de la isla de Man.
Según la leyenda, cuando José de Arimatea llegó a Glastonbury plantó su bastón que milagrosamente floreció, convirtiéndose en el Espino blanco de Glastonbury (también llamado Espina Santa) y en ese lugar construyó una iglesia. El árbol florece dos veces al año, en Pascua y en Navidad y una ramita se envía cada diciembre a la reina para adornar la mesa de la comida de Navidad. En 2010 algunos gamberros cortaron este famosísimo espino blanco, dejando solo el tronco, y la noticia conmovió a todo el lugar. Lo cierto es que no hablamos del árbol original, el que había sido objeto de muchas peregrinaciones durante del Medievo, y que quedó destruido durante la Guerra Civil inglesa. Sin embargo, sí que es verdad que a partir de sus ramas, utilizando ramas originales, había sido vuelto a plantar en el mismo lugar. En el patio de la actual abadía aun puede verse la mata de espino blanco que florece tanto en verano como en invierno. ¿Será un descendiente del de José de Arimatea?
En la abadía de Glastonbury también estaba localizada la tumba del rey Arturo. Desafortunadamente un reciente estudio desmiente toda esta tradición: la primitiva iglesia no habría sido fundada por José de Arimatea y tampoco habría plantado su bastón. Y la vinculación del rey Arturo y Ginebra con este lugar es fruto de una leyenda inventada por algunos monjes en el siglo XII.
Los árboles plantados por San Francisco
En Villa Vetta Marina de Sirolo (Ancona, Italia) una inscripción en piedra fijada en el suelo entre dos árboles nos indica que éstos fueron plantados por San Francisco. Se trata de dos bagolaros (Celtis Australis) de la familia de los olmos. Según la tradición, San Francisco habría fundado en Sirolo un convento de regla franciscana, que anteriormente había sido habitado por monjes benedictinos y luego
abandonado por éstos. Si así fuera, estos árboles deberían tener unos 794 anos… Pero un estudio dice que su edad sería de unos 200 años… A pesar de esto, nadie puede privarnos de que creamos que estos pueden ser herederos de los que plantó el santo, ya que lo cierto es que este tipo de olmo puede vivir hasta los 600 años y está asociado a aspectos religiosos y simbólicos (con sus frutos se fabricaban rosarios). Se plantaba delante de las iglesias como exorcizante contra el mal, a él se dirigían las novias para asegurarse una futura maternidad, y en otras civilizaciones tenía incluso un valor mitológico.
En el claustro de Villa Verucchio (Rimini, Italia) puede admirarse un gran ciprés que la leyenda atribuye plantado por San Francisco. Parece ser que San Francisco se paró en ese lugar a inicios de 1200 habiendo construido una capilla. Durante un paseo su hábito se enganchó en una fronda de ciprés que Francisco arrancó para usarla como bastón. Sucesivamente intentó quemarlo, pero sin éxito, por lo que dijo: “Si no quieres arder, ¡crece!” Era el año 1213. Tres enormes puntales desde el 2000 mantienen en pie el gran ciprés y está rodeado por una verja que mantiene alejados a los visitantes. Tiene una altura de 25 metros y una circunferencia de 530 cm en la base y 730 bajo las primeras ramas. Los soldados napoleónicos intentaron quemarlo y sucesivamente se le aplicó una especie de cinturón, aun visible, para mantener las ramas juntas. Y en este caso tenemos que decir que tal vez es verdad que fue plantado por el santo, porque los botánicos asignan a esta planta al menos 700 años de edad…
La zarza ardiente de Moisés
Está en el monasterio de Santa Catalina de Alejandría, en el monte Sinaí donde, según la Biblia, Moisés habría hablado con Dios en el episodio de la zarza ardiente y donde habría recibido los diez mandamientos, tanto la primera como la segunda vez. El monasterio es del siglo VI.
“Y se le apareció el Ángel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía. Entonces Moisés dijo: «Iré yo ahora y veré esta grande visión, por qué causa la zarza no se quema». Viendo Jehová que él iba a ver, lo llamó Dios de en medio de la zarza, y dijo: «!!Moisés, Moisés!» Y él respondió: «Heme aquí». Y dijo: «No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es!». Y dijo: «Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob». Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios. (Éxodo, 3,2-6)
Por su arquitectura y la múltiples obras de arte que encierra, el monasterio fue declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco en 2002, y está considerado un lugar sagrado por las tres religiones monoteístas.
En su interior aun existe un templete erigido en el 342 sobre el lugar de la zarza ardiente, que fue también descrita por la peregrina Egeria entre el 381 y el 384 en su ‘Itinerarium’. Este arbusto está trasplantado en el exterior de la capilla, permaneciendo dentro del recinto del monasterio. El altar de la capilla, llamada de ‘La zarza ardiente’ a la que, al igual que Moisés, se accede sin zapatos, está construido sobre las raíces de la zarza. En la capilla puede admirarse un icono del siglo XII que representa a Moisés quitándose las sandalias para entrar en la zarza.
The sisters olive trees of Noah
Conocidas simplemente como ‘las hermanas’ (The sisters) se trata de un grupo de 16 olivos a los que se les ha atribuido la respetable edad de 4.000 años!! Son llamados ‘los árboles de Noé’ porque, según la tradición, habrían proporcionado la rama de olivo llevada por la paloma que volvió a Noé anunciando el final del Diluvio Universal. Su posición a una altitud de 1300 metros los habría salvado del diluvio. Se encuentran en Bacheale, Líbano.
El roble de Abraham en el valle de Mambré
Está en el lugar donde Abraham recibió la visita de los tres ángeles que le prometieron un hijo (Génesis, cap. 18). La edad de este roble es de unos 5.000 años y podría ser el único superviviente de una foresta. El tronco principal murió en 1996, pero dos años después brotó una rama. Se encuentra en Hebrón (nombre que recuerda a Abraham), en Cisjordania, a unos 30 Km al sur de Jerusalén. Una cueva situada en la parte baja de Hebrón, (llamada en el Génesis “Robles de Mambré”), se la conoce como “Tumba de los patriarcas”. Según la Biblia, en este lugar están enterrados Abraham, Sara, Isaac, Rebeca y Lia. El lugar ahora es propiedad de la Iglesia Rusa Ortodoxa de “Al-Maskobiyeh”, construida en 1871 alrededor del roble.
El naranjo de Santo Domingo de Guzmán
Se encuentra en Roma, en la basílica paleocristiana de Santa Sabina, en la colina del Aventino. En 1219 el papa Honorio III concedió a S. Domingo de Guzmán (fundador de la orden de los dominicanos) la iglesia y parte del palacio adyacente que precedentemente pertenecía a su familia (Savelli). En este lugar S. Domingo vivió y trabajó. Este complejo encierra un naranjo que, según la tradición, fue traído desde Portugal por el santo y que el mismo plantó aquí. Se dice que fue el primer naranjo que se trajo a Roma. Puede verse por una mirilla situada en la parte izquierda del atrio de la iglesia. El árbol está rodeado por un murete circular en el cual puede leerse la frase ‘lignum habet spem’, la madera mantiene la esperanza. O tal vez podría ser que éste naciera del antiguo. A este árbol pertenecerían las cinco naranjas confitadas que Santa Catalina de Siena ofreció al papa Urbano VI suplicándolo que actuase con moderación frente al antipapa Clemente VII, demostrándole cómo una fruta áspera puede, a la ocurrencia, llenarse de dulzura.
La encina de la Virgen de Fátima
Sobre este árbol se les apareció la Virgen a los tres pastorcillos de Fátima, Lucía, Francisco y Jacinta, la primera vez el 13 de mayo de 1917. Todas las sucesivas apariciones, así como otros fenómenos sobrenaturales ligados a éstas, se desarrollaron alrededor de este árbol que aun se encuentra en la explanada del santuario de Fátima, bien cercado para mantenerlo a salvo.
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