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L’altare d’oro di Sant’Ambrogio. Puoi leggere quest’articolo in italiano cliccando qui

El altar mayor de la basílica de San Ambrosio de Milán es uno de los mejores ejemplos de arte carolongio en Italia. Fue ordenado construir alrededor del 840 por Angilberto II, obispo de Milán. Aunque se atribuye al orfebre Vuolvino, del cual apenas si tenemos noticias biográficas, es seguramente obra de diferentes artistas, coordinados por éste.

Es una obra de gran valor, una auténtica joya. Láminas de oro y plata dorada de unos 2,5 cm de espesor repujadas, filigranas y esmaltes, y 4.372 gemas revisten completamente la base de madera.

La parte frontal presenta un panel central con una gran cruz cuajada de gemas y el en centro un Cristo triunfante en el trono, el tetramorfos (los símbolos de los evangelistas) sobre los brazos de la cruz y los apóstoles en las cuatro esquinas. A los lados de la figura central doce pequeños paneles representan escenas de la vida de Cristo.

Altar de San Ambrosio. Parte frontal
Altar de San Ambrosio. Parte frontal (detalle)

En el lado posterior, la parte central está ocupada por la ‘fenestrella confessionis’, una ventanita de dos hojas a través de la cual era posible ver la urna de las reliquias depositadas bajo el altar. Las hojas de la ventanita están decoradas con 4 medallones, 2 en la parte superior que representan a los arcángeles Miguel y Rafael y 2 en la parte inferior, que representan dos escenas: San Ambrosio que corona a Angilberto que le presenta el altar, y San Ambrosio que corona a Vuolvino ‘magister faber’. A derecha e izquierda de la ‘fenestrella’ 12 paneles representan episodios de la vida de San Ambrosio.

Altar de San Ambrosio. Parte posterior
Altar de San Ambrosio. Parte posterior ‘Fenestrella confessionis’

Los dos lados menores del altar presentan una gran cruz con piedras preciosas en el centro encerrada en un losange y rodeada de ángeles y santos que veneran la cruz.

Altar de San Ambrosio. Parte lateral

Este altar sustituye al de la primitiva iglesia del siglo VI mandada construir por San Ambrosio, consagrada con las reliquias de los mártires Gervasio y Protasio, a las que se añadieron las del mismo Ambrosio. El altar es la parte más vistosa de la restructuración llevada a cabo por el obispo Angilberto, que tenía la finalidad de reafirmar la potencia de la Iglesia milanesa fundada por San Ambrosio y consagrada con las reliquias de los dos mártires. Con este fin mandó elevar el presbiterio para colocar en la cripta los tres cuerpos, visibles también desde la ‘fenestrella’.

Cuando Angilberto hizo la restructuración de la basílica vieron que las reliquias se hallaban situadas en dos sepulturas: una con las de los dos mártires y la otra con las de Ambrosio. Los restos de los tres santos fueron trasladados en un único sarcófago de pórfido que se apoyó sobre las dos sepulturas anteriores, pero en sentido transversal.

En 1874 las reliquias de los santos fueron depositadas en una nueva urna más preciosa, construida en plata y cristal.

Reliquias de los mártires Gervasio y Protasio y de San Ambrosio. Basílica de San Ambrosio, cripta

Hacia la mitad del siglo XIX el altar fue ‘revestido’ con una suerte de ‘caja fuerte desmontable’ que lo protegía de posibles robos, guerras y otros peligros. Se descubría solo en casos excepcionales. Durante las dos guerras mundiales tanto el altar como la ‘caja fuerte’ fueron trasladados a los subterráneos de los Museos Vaticanos en Roma. Debido al hecho de que cada vez con más frecuencia había eventos que obligaban a mostrar el altar, por ejemplo en ocasión de visitas importantes, se decidió, en los años 70 del siglo pasado, sustituir la ‘caja fuerte’ por un revestimiento de cristal acorazado que lo mantuviera permanentemente visible, y es como se muestra en la actualidad.

La ‘caja fuerte’, sustituida por una urna de cristal

El aspecto actual de la cripta encuentra su origen en las intervenciones del siglo XIX que siguieron a la recolocación de los tres cuerpos en el interior de un vano recabado bajo el ciborio, donde se halla la urna con los cuerpos de los santos.

Pero la importancia de estas reliquias va más allá de su valor devocional. En ellas se resume una hábil maniobra de Ambrosio en un momento de particular crisis en el imperio romano, tanto desde el punto de vista político como religioso.

Tras la división del imperio romano en dos partes hacia finales del siglo III (Oriente y Occidente), los emperadores occidentales trasladaron su residencia a Milán. La comunidad religiosa se debatía entre la doctrina arriana y la nicena (la primera seguida por el emperador Valentiniano II y su madre Justina). No obstante el hecho de que Ambrosio no fuese un religioso, exponente del clero, sino el gobernador de la ciudad, fue elegido obispo en el 374 para que intentara poner orden en esta difícil situación. Consiguió, de hecho, imponer la línea oficial proclamada por el primer Concilio de Nicea de 325, presidido por el  emperador Constantino el Grande.

Por su parte Teodosio, que era el emperador de Oriente, promulgó en el 380 el edicto de Tesalónica en el que se proclama el catolicismo religión de estado, según el credo niceno y, en el 381 tachó de herejía el arrianismo.

A pesar de ello, en el 386 Valentiniano promulgó una ley a salvaguardia del credo arriano que provocó grandes enfrentamientos, pero Ambrosio consiguió controlar la situación. Para reforzar la supremacía de la vía oficial, entre el 379 y el 386 se edificó la basílica de Milán por voluntad de Ambrosio, en una zona en la que habían sido enterrados los cristianos martirizados por las persecuciones romanas, por lo que  fue llamada inicialmente ‘Basilica Martyrum’. Y para la consagración de la basílica se necesitaban reliquias. Ambrosio mandó cavar en un pequeño cementerio fuera de la ciudad donde él sabía que había mártires enterrados. Descubrieron dos cuerpos que fueron identificados como los mártires Gervasio y Protasio. La leyenda cuenta cómo un ciego frotó un paño sobre los huesos y recuperó la vista. Los restos fueron trasladados a la basílica y Ambrosio aprovechó la ocasión para reiterar el gran poder de estas reliquias, a través de las cuales se podía entender la trascendencia del cristianismo niceno.

Ábside de la basílica de San Ambrosio. A ambos lados de Cristo están representados los dos mártires Gervasio y Protasio. San Ambrosio aparece en los dos lados de la composición en dos escenas: en las exequias de San Martín de Tours (izquierda) y de pie al lado del altar (derecha).

Gervasio y Potasio, muertos en Milán en el siglo III, fueron dos gemelos martirizados durante las persecuciones de Decio o Valeriano, o bien algunos años después, durante la persecución de Diocleciano. La tradición quiere que fueran hijos de San Vital y Santa Valeria.

Nadie conocía la identidad de esos restos y Paulino de Milán, secretario y biógrafo de Ambrosio, cuenta que los dos cuerpos fueron reconocidos gracias a una revelación que el mismo Ambrosio tuvo. En realidad Ambrosio, en sus cartas a su hermana Marcelina, afirmó haber tenido un presentimiento y no una verdadera revelación.

Con la deposición de las reliquias de Gervasio y Protasio en la nueva basílica Ambrosio introdujo, por vez primera en la tradición de la Iglesia Occidental, la traslación de los cuerpos de los mártires para fines litúrgicos. Esto no sólo tuvo un influjo notable en todo Occidente, significando un punto de inflexión en la historia del culto de los santos y de sus reliquias, sino que también fue determinante para Ambrosio para conseguir la aprobación de los fieles cristianos de Milán en la controversia con los arrianos.

Podemos por tanto afirmar que, con este gesto, se oficializó el culto a las reliquias convirtiéndose, al mismo tiempo, en una demostración del poder sagrado, evidentemente canalizado por los ministros de la Iglesia, afirmando también el poder de ésta ante Teodosio, que en ese momento se había convertido en emperador indiscutido de todo el imperio a partir de cuando frustró un tentativo de golpe de estado orquestado por Eugenio (394), que había sido proclamado emperador de Occidente por parte de tropas senatoriales después de haber mandado matar a Valentiniano II.

Teodosio se establece en Milán donde, en lo que concierne el poder religioso, tiene inevitables enfrentamientos con Ambrosio. Una serie de edictos antipaganos por parte de Ambrosio hacen que la unión política del imperio corresponda con la religiosa. Teodosio y Ambrosio encontraron la manera de entenderse, un entendimiento que duró hasta la muerte del emperador, en ocasión de la cual Ambrosio pronunció un famoso discurso, en el cual es retratado como paladín de la fe cristiana, y en el cual por vez primera se hace referencia a la leyenda del descubrimiento de la Cruz por parte de Santa Elena, retomada sucesivamente por Jacopo da Varazze en su Leyenda Dorada.

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Para saber más: C. Freeman. Sacre reliquie: dalle origini del Cristianesimo alla Controriforma. Torino 2012; C. Mercuri. La vera Croce. Storia e leggenda dal Golgota a Roma. Bari 2019