Tag
Cadenas de San Pedro, Carcel Mamertina, Domine Quo Vadis, Estancia de Heliodoro, Eudoxia, Herodes Agripa, Juvenal, León Magno, Nerón, Persecución de los Cristianos, Praefectura Urbis, Proceso y Martiniano, Rafael, San Pedro en Cárcel, San Pedro in Vincoli, Tullianum
Le catene di San Pietro Puoi leggere quest’articolo in italiano cliccando qui
Roma es una ciudad, como todos saben, llena de historia y de arte. Arte por sus calles y plazas, fuentes y palacios, arte en los museos y en su numerosísimas iglesias. Entre éstas, una de las más bonitas y antiguas es San Pietro in Vincoli (San Pedro Encadenado). Construida sobre un templo preexistente, es famosa porque alberga una de las grandes obras maestras de Miguel Ángel, el Moisés. Pero también porque guarda, en una urna de cristal y perfectamente visibles, las cadenas de San Pedro.
Las 20 magníficas columnas de la nave central, que permanecen aún intactas, pertenecieron a la antigua Praefectura Urbis, aunque inicialmente habían sido destinadas a un templo griego. No es por casualidad que esta iglesia dedicada a San Pedro encadenado surja precisamente aquí, cerca de la colina del Esquilino. De hecho es el lugar donde fue apresado y llevado a la antigua Prefectura de la ciudad, y desde allí a la Cáracel Mamertina, o Tullianum, una cárcel de alta seguridad, llamada así porque está justamente sobre las primerísimas murallas de Roma, las Servianas, del rey Servio Tullio. El nombre también podría venir del término latino ‘tullus’, poza de agua, porque era una antigua cisterna transformada en cárcel.
Sobre la Cárcel Mamertina se construyó la iglesia de San Pedro en Cárcel, aún existente, formando un único complejo con ésta, donde un espectáculo multimedia explica tanto el origen y la historia de la cárcel como los acontecimientos relacionados con el cautiverio de San Pedro.
Pedro, que con la ayuda de sus carceleros Proceso y Martinano, huyó de esta cárcel para alejarse de Roma y evitar una segura condena a muerte. Como ya describí en otro artículo, en cuanto Pedro llegó a la Vía Appia, para salir de la ciudad, se le apareció Jesús que caminaba en sentido contrario, es decir hacia Roma; en este lugar se desarrolló la famosa escena del ‘Domine Quo Vadis?’. Pedro volvió a Roma y fue apresado, condenado a muerte y crucificado bocabajo. Era el año 64, había permanecido en la Ciudad Eterna unos 10 años, reinaba Nerón, y se produjo la primera persecución cristiana en Roma. Como consecuencia del terrible incendio que devastó Roma en ese mismo año, para desviar la atención sobre su persona (aunque no está demostrado que fuera el responsable del incendio) Nerón acusó a los cristianos de haberlo provocado, argumento que empleó para comenzar su persecución. Fueron arrestados y martirizados en masa1.
Pero ésta no era la primera vez que Pedro fue apresado. Después de la muerte de Cristo los apóstoles empezaron a predicar la palabra de Dios, tanto en Palestina como en otros lugares. En el 41 llegó al poder Herodes Agripa. Este empezó a perseguir a algunos miembros importantes de la nueva comunidad cristiana: mandó decapitar a Santiago el Mayor, hermano de Juan Evangelista, y arrestar a Pedro, para juzgarlo después de la Pascua. Pero mientras dormía en su celda, atado con dos cadenas, Pedro recibió la visita de un ángel que le ayudó a huir. Este episodio ha inspirado muchas obras de arte, entre las cuales “La liberación de San Pedro” de Rafael, que puede admirarse en la estancia de Heliodoro, en los museos Vaticanos.
Volviendo a nuestras cadenas, las utilizadas por Pedro durante su cautiverio en Roma fueron después rescatadas por la comunidad cristiana y cuidadosamente guardadas. Pero en el 439 Juvenal, obispo de Jerusalén, dio a la emperatriz Eudoxia, esposa del emperador Teodosio II el Joven, las dos cadenas que sirvieron para encadenar a San Pedro en Jerusalén. La emperatriz, una la guardó consigo en Constantinopla y la otra la envió a Roma a su hija, también llamada Eudoxia, mujer del emperador Valentiniano III. Ésta mostró la cadena al papa León Magno quien quiso compararla con la que se conservaba en Roma y que había sido utilizada por San Pedro en la Cárcel Mamertina. Pero, en cuanto la acercó a la que vino de Jerusalén, milagrosamente las dos cadenas se entrelazaron y se fundieron en una sola cadena, por lo menos esto es lo que cuenta la tradición. Este prodigio suscitó tanto estupor que la emperatriz Eudoxia mandó construir una iglesia para custodiar y honrar estas cadenas. Posteriormente dicha iglesia recibiría el nombre de San Pietro in Vincoli. En recuerdo de quien la mandó construir, la iglesia también se la conoce con el nombre de Eudoxiana. Estas cadenas durante siglos fueron utilizadas para exorcizar a los endemoniados y se utilizó la limadura de las mismas como base de algunas reliquias.
Prodigios a parte, las cadenas de Roma se componen de dos partes: una de 23 anillas de unos 8 centímetros cada una, la última de las cuales está unida a otra grande, o collar, compuesta por dos hierros semicirculares. La otra cadena, o parte de ella, se compone de 11 anillas, 4 de las cuales, algo diferentes y más pequeñas que las otras, miden 6 centímetros de largo, y están un poco aplastadas en el centro, casi en forma de ocho. Esta sería la que llegó de Jerusalén.
Pero también en Florencia encontramos unas ‘cadenas de San Pedro’ en la iglesia de Santa Maria del Fiore, la catedral. Se hallan en el interior de un relicario del siglo XV en forma de arca de cristal de unos 40 cms de largo por 20 de alto, con angelitos en la parte superior. Contiene 18 anillas que se parecen mucho a las de una de las cadenas de San Pietro in Vincoli, las de 6 centímetros. La cadena fue donada a la ciudad de Florencia en 1439, aunque algunas teorías sostienen que fue donada por Matilde de Canossa (siglo XI)2.
Ya desde el siglo V los fragmentos de estas cadenas estaban muy solicitados. Aquiles, obispo de Spoleto, en el año 419 colocó una larga inscripción, en honor de una reliquia de las cadenas. Teodorico, obispo de Metz, en el 969 obtuvo una anilla del papa Juan XIII. En el año 1079 Gregorio VII donó a Alfonso, rey de Castilla, una llave de oro con la reliquia de las cadenas de San Pedro. Adrián I mandó a Desiderio, rey de los Longobardos, siete anillas de las santas cadenas, que fueron colocadas en el templo de San Pedro de Clevate, cerca del lago de Como, y fueron después trasladadas a la iglesia de Santa Cecilia de Roma, donde aun hoy se veneran2.
Pero es muy probable que todas estas anillas presentes en las iglesias del mundo sean imitaciones de las verdaderas utilizando limadura de éstas, siendo de esta manera asimiladas a las auténticas y después consideradas como tales, praxis bastante común y que se hacía con otras reliquias, como por ejemplo los clavos de la crucifixión, como he comentado en otro artículo de este blog.
——-
1.- Para la ubicación exacta del lugar del martirio de San Pedro ver mi artículo sobre el argumento. 2.- A. Cocchi. Degli antichi reliquiari di Santa Maria del Fiore e di San Giovanni di Firenze. Florencia 1903
Hace dos días, el domingo, estuve en San Pietro in Vincoli con mis alumnos. Es una iglesia que me gusta mucho, y llegando temprano en la mañana hay una gran paz.
Sí, es magnífica. Ahora con tanto turismo es muy difícil encontrar un momento de paz… además, en Roma, se vuelve uno loco con los horarios de cierre de las iglesias…
Es siempre un placer leerte.
Besos.
Nicola
Muchas gracias
Pingback: Deusdona: el más famoso ladrón de reliquias de todos los tiempos | Reliquiosamente
Pingback: Relicarios fantásticos: El ajedrez de Carlomagno | Reliquiosamente
Pingback: El cáliz de Doña Urraca, el último candidato a Santo Grial | Reliquiosamente
Pingback: El Tratado sobre las Reliquias de Juan Calvino | Reliquiosamente
Pingback: Le catene di San Pietro | Reliquiosamente
Pingback: Cuando Pedro encontró a Simón Mago en Roma… | Reliquiosamente
Pingback: Tras las huellas de los apóstoles: las reliquias de San Pedro | Reliquiosamente
Pingback: Tras las huellas de los apóstoles: las reliquias de San Pablo | Reliquiosamente
Pingback: Relicarios fantásticos: el Cofre de Egberto o Sandalia de San Andrés | Reliquiosamente
Pingback: ‘Santo Stefano’ de Bolonia, la Jerusalén italiana | Reliquiosamente