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Catedral de Monza, Corona Férrea, Coronación reyes de Italia, De obitu Teodosii, Familia Zavattari, Gregorio Magno, Orden de los Humillados, reliquias, Sagrado Clavo, San Ambrosio, Santa Elena, Teodolinda, Teodorico, Yelmo de Costantino
La corona ferrea – Puoi leggere quest’articolo in italiano cliccando qui
Es probable que no exista en el mundo una corona tan cargada de historia, leyenda y misterio como la Corona Férrea. Una corona que simbolizaba que el poder regio que otorgaba a quien con ella era coronado era de origen divino, por su conexión con la pasión de Cristo. Representaba, al mismo tiempo, la continuidad con el Imperio Romano, por ser el punto de unión entre la crucifixión y el emperador Constantino. Nada menos. Y todo esto porque, hasta hace muy poco tiempo (1993) se creía que el aro metálico que se encuentra en el interior de la Corona Férrea estaba hecho a partir de un clavo de la crucifixión fundido.
Por este motivo la Corona Férrea fue utilizada durante siglos para la coronación de numerosos soberanos, como muchos reyes de Italia, entre los cuales Carlomagno (800), Berengario I (920), Enrique IV (1081), Federico Barbarroja (1154), Carlos IV (1355), Carlos V de Habsburgo (y Primero de España, 1530), Francisco I (1792), Ferdinando I de Austria (1838) y Napoleón (1805). Este último se colocó él mismo la corona pronunciando la famosa frase “Dios me la ha dado y ¡ay de aquél que me la quite!”. La coronación se desarrollaba generalmente en Milán, en la basílica de San Ambrosio, salvo en algunas ocasiones en la que tuvo lugar en Monza o en Pavía, y de forma excepcional en otras ciudades. Como la de Carlos V que fue en Bolonia, en la basílica de San Petronio. Sin embargo, ningún rey de los Saboya se coronó con ella. Ésta tan solo fue expuesta en Roma en ocasión de las exequias de Victor Emanuel II (1878) y de Humberto I (1900).
Según la tradición transmitida (o creada) por San Ambrosio a través de su famosa oración fúnebre por la muerte de Teodosio el Grande (de obitu Teodosii) del año 395, la emperatriz Elena, madre de Constantino, descubrió en Jerusalén la Vera Cruz1 y los clavos de la crucifixión2. La emperatriz utilizó uno de estos clavos para hacer el bocado3 (o freno) del caballo de su hijo, para asegurarle protección en batalla, y otro lo mandó engarzar en una corona-diadema:
«De uno clauo frenum fieri praecepit, de altero diadema intexuit; unum ad decorem, alterum ad deuotionem uertit»4.
(«De un calvo recabó un bocado, el otro lo engarzó en una diadema; uno para que sirviera de ornamento, el otro como piedad religiosa»)
Ahora sabemos que el aro metálico no es de hierro sino de plata, por lo que se desmontaría la secular tradición de la conexión entre la corona, el clavo de la crucifixión y el yelmo de Constantino. ¿O no?
En ausencia de documentación, se han formulado varias hipótesis sobre el origen de este precioso objeto, algunas corroboradas por el análisis del carbono-14 según el cual algunas partes de la corona se remontarían al V-VI siglo y otras serían datables entre el 690 y el 975.
La corona está formada por 6 placas de oro y plata altas 53 mm, decoradas con gemas, y unidas entre ellas con unas bisagras. Tiene una circunferencia de 48 cm y un diámetro interior de 15 cm.
Según algunas hipótesis la diadema de Constantino habría sido traída a Italia por el mismo Teodosio y sucesivamente enviada a Constantinopla por Odoacro, a la caída del Imperio Romano de Occidente, junto con otras ornamenta palatii. Pero el emperador bizantino Anastasio I Dicoro, la habría devuelto a Teodorico (493) que la habría reclamado para él. Éste la habría enganchado a su yelmo (kamelaukion). Existe también una tradición según la cual el papa Gregorio Magno habría donado el clavo a Teodolinda, reina de los Longobardos, que mandó construir la catedral de Monza, quien lo hizo encrustar en una corona que ella misma habría encargado.
La corona estaba normalmente custodiada en la catedral de Monza que, por el privilegio de albergar la corona, fue declarada ciudad regia, propiedad directa del emperador. Pero algunas vicisitudes hicieron que la corona, en 1248, fue dada en prenda a la Orden de los Humillados, como garantía de un fuerte préstamo para pagar un impuesto extraordinario de guerra. Fue recuperada en 1319. Sucesivamente fue trasladada a Aviñón, durante la cruzada papal contra los Visconti, donde permaneció desde 1324 a 1345.
Con sus medidas actuales, la Corona Férrea es demasiado pequeña para poder ser utilizada sobre la cabeza de una persona adulta. Los estudios sobre la simetría de las placas y decoración de las gemas, además de revelar que ha habido varias intervenciones de restauración/sustitución en diferentes épocas, demuestran claramente que faltan algunas placas, que en origen habrían sido ocho, o según otros estudios, nueve, teniendo por lo tanto un diámetro adecuado para su función. Las placas que faltan habrían sido sustraídas durante el período en el que la corona permaneció bajo la custodia de la Orden de los Humillados. De hecho, sólo los documentos sucesivos al 1300 la describen como ‘pequeña’, y para las coronaciones que hubo desde aquél momento en adelante se tuvo que recurrir a una suerte de ‘soporte’, o cubrecabeza, en forma de cono para poder ser llevada.
La identificación del aro metálico interior con el clavo de Cristo, que habría sido añadido para ayudar a mantener juntas las placas tras el robo, probablemente se remonta al siglo XVI, y más precisamente a la época de San Carlos Borromeo, quien fue también quien relanzó la veneración del ‘Sacro Morso’ (el bocado sagrado)3. A principios del siglo XVIII, a pesar de la absoluta falta de pruebas de que en la corona hubiera un clavo de la crucifixión, las autoridades eclesiásticas autorizaron la veneración de la misma como reliquia, tan solo basándose en una tradición secular.
Pero volviendo al origen de la Corona Férrea, recientes estudios de Valeriana Maspero5, indicarían que ésta habría realmente sido la diadema de Constantino basándose, entre otras cosas, en un medallón del año 315 con la efigie de Constantino llevando la corona enganchada al yelmo. Pero la investigadora va más allá: habiendo constatado la existencia de pequeños agujeros en el borde de algunas placas, concluye que éstos habrían sido utilizados para que en ellos pudieran pasar unos enganches metálicos, necesarios para sujetar la corona al yelmo. Y estos enganches podrían haber sido recabados del sagrado clavo. Cuando los bizantinos desengancharon la diadema del yelmo para enviarla a Teodorico, se quedaron, además de con el yelmo, también con los enganches, o aritos. Avala esta hipótesis el hecho de que durante los análisis científicos se han hallado en estos agujeros unos residuos ferrosos. Los análisis realizados con el carbono-14 que datan la corona no antes del siglo V, probablemente no habrían llegado hasta el cuerpo primitivo de la corona, que ya desde la época de Teodorico sufrió varias intervenciones de adaptación, además de las, numerosas, de restauración y sustitución posteriores de partes perdidas o dañadas, como antes indicado.
Pero los enganches podían también ser utilizados para suspender o colgar la corona, teniendo en este caso también la función de corona votiva.
La corona aún está en la catedral de Monza, y puede ser admirada en la capilla de Teodolinda o Zavattari, decorada con frescos del siglo V por el taller de la familia Zavattari. A finales de 1800 el Rey Humberto I comisionó un altar relicario destinado a contener el precioso objeto y en el interior de la capilla se colocó el sarcófago de la reina. En 2015 se concluyó la restauración, que tuvo una duración de 6 años, que ha devuelto su original esplendor a las 45 escenas que narran la historia de Teodolinda, obra maestra de la pintura gótico-lombarda.
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1.- Véase el artículo “Historia de la Vera Cruz, de Antoniazzo Romano”
2.- Lee también “Dónde están los verdaderos clavos de Cristo?”
3.- Está actualmente en el Duomo de Milán. Para saber más aconsejo la lectura del artículo “El bocado del caballo de Constantino”
4.- da Sancti Ambrosii mediolanensis episcopi [c. 340-397] De Obitu Theodosii – oratio in “Patrologiae” cursus completus Series prima – Accurante Jaques Paul Migne Patrologiae T. XVI – S. Ambrosii tomi secundi Parisiis, Excudebat Vrayet 1845
5.- V. Maspero, La corona ferrea. La storia del più antico e celebre simbolo del potere in Europa, Monza, 2003. – V. Maspero, “Alla ricerca del Sacro Chiodo. La ricostruzione dell’elmo diademico di Costantino”, en Arte Cristiana, fasc. 823, vol. XCII (julio-agosto 2004), pp. 299-310
La Corona Férrea es el sujeto de una película de 1941 de Alessandro Blasetti, con el título homónimo, que puede verse abriendo este enlace. https://www.youtube.com/watch?v=ETLjUr6KdJU