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San Marco, l’artefice della Serenissima Puoi leggere quest’articolo in italiano cliccando qui
En el siglo IX, la nueva República de Venecia, nacida en territorios griego-bizantinos sujetos al Exarcado de Rávena, hasta la conquista longobarda del an͂o 751, y sucesivamente al dominio de los francos a partir del 774, estaba atravesando un período muy difícil y necesitaba afirmar su independencia tanto de la Italia Carolingia como del Imperio Bizantino, pero sin romper las relaciones. Se trataba de hallar un difícil equilibrio. Con el Imperio Bizantino el peligro era menor, debido a la distancia. En cambio, los Francos estaban mucho más cerca y ya en una ocasión intentaron hacerse con el control político y militar de la laguna véneta, pero sin éxito. Abandonaron, por tanto esta idea, pero no la de ejercer el control eclesiástico en la zona.
En el sínodo de Mantua del an͂o 827 los carolingios lograron imponerse a las Iglesias griegas del Adriático, sobre todo sobre la veneciana. El sínodo había sido convocado ex profeso para poner fin a la disputa entre Aquileia y Grado que luchaban para la supremacía episcopal. Grado sostenía que el patriarca de Aquileia, Pablo, al refugiarse en Grado como consecuencia de la invasión longobarda, llevando consigo los restos de San Hermágoras y otras reliquias, trasladó automáticamente el patriarcado a esa ciudad. Y como otra sucesiva fuga análoga, de Grado a Rialto, había dado origen a la fundación de Venecia, los venecianos reivindicaban el derecho al título de patriarcado y por lo tanto la independencia eclesiástica. Pero el sínodo, celebrado en Mantua, ciudad carolingia dominada por los obispos carolingios, dio la razón a Aquileia, también carolingia.
Con independencia de las razones históricas, la política de los francos siempre había sido la de uniformar las prácticas religiosas y litúrgicas, porque a través del predominio eclesiástico se obtenía también el poder político. En este caso se pretendía hacer regresar a Aquileia al clero de Istria, territorio vinculado a los griegos.
A la luz del resultado del sínodo, Venecia no perdió tiempo y tomó una decisión histórica: robar el cuerpo de San Marcos. Pero ¿por qué precisamente San Marcos?
Después de la muerte de Cristo, cuando los apóstoles se esparcieron por el mundo para anunciar la buena nueva, durante un tiempo Marcos coincidió en Roma con Pedro, donde escribió su Evangelio transcribiendo las palabras del mismo Pedro. La leyenda dice que después Pedro lo envió inicialmente a evangelizar el Norte de Italia. En Aquileia convirtió Hermágoras, que luego fue el primer obispo de la ciudad. Después se embarcó, naufragó y la tormenta lo llevó a las isals Rialtinas, sobre las cuales nacería el primer núcleo de Venecia. Allí un ángel se le apareció en sueño y le dijo “Pax tibi Marce evangelista meus, hic requiescet corpus tuum” (Paz a ti Marcos, mi evangelista, aquí descansará tu cuerpo). La primera parte de esta frase (Pax tibi Marce evangelista meum) es la que podemos leer en el escudo de Venecia, en el libro que sostiene el león entre las patas.
De esta manera, el ángel habría dicho cual sería el lugar de su eterno reposo. Marcos se fue a evangelizar Alejandría, donde fundó la Iglesia conviertiéndose en su primer obispo. En esa misma zona, en Búcolis, hacia el an͂o 68/72, fue martirizado: fue torturado, atado con las sogas al cuello y arrastrado por las calles. Depués, ya muerto, fue parcialmente quemado. Tenía 57 an͂os.

Tinatoretto: Traslación del cuerpo de San Marcos (1562-66). Galerías de la Academia, Venecia
Basándose en la legitimidad de reivindicar el cuerpo del santo para darle la sepultura a la que estaba destinado, en el 827 los venecianos fueron a adueñarse de sus reliquias. Sin embargo, la Traslatio Sancti Marci cuenta que en aquel año se encontraban en Alejandría dos mercaderes venecianos: Bon de Malamacco y Rústico de Torcello. Se dieron cuenta que las reliquias corrían un gran peligro debido a una más que probable profanación de parte de los musulmanes; decidieron, por tanto, ponerlas a buen recaudo llevándolas consigo a Venecia.
Con la complicidad de los vigilantes de la iglesia de San Marcos, se llevaron el cuerpo durante la noche y lo sustituyeron con el de Santa Claudia. El cuerpo emanaba un gran perfume que se difundió por toda la ciudad, hasta tal punto que los habitantes, sospechando algo raro, fueron a examinar el sepulcro, pero encontraron el cuerpo de Santa Claudia y no se dieron cuenta de lo sucedido. Los dos mercaderes para poder volver al barco escondieron el cuerpo entre sus equipajes y bajo algunos trozos de carne de cerdo. Fueron parados por algunos sarracenos, pero cuando vieron la carne se marcharon asqueados.
El cuerpo llegó a Venecia donde fue acogido por del dogo Particiaco con todos los honores. En 1094 fue consagrada la basílica de San Marcos, donde aun se conservan sus restos, y el apóstol fue elegido como patrono principal de la ciudad en lugar de San Teodoro.
Claro está, hay una gran diferencia para una Iglesia reivindicar la supremacía porque había sido fundada por el apóstol (como en el caso de Aquileia) con respecto a otra Iglesia que, en cambio, poseía su cuerpo, como en el caso de Venecia, que había aprendido bien la lección seguiendo el ejemplo de Roma que custodiaba los restos de los apóstoles Pedro y Pablo.
La universalidad con la que sucesivamente fueron acogidas las reivindicaciones de los venecianos dio lugar a la “Serenissima”: Venecia, con la ayuda de su patrono, había conseguido su objetivo. De hecho, obtuvo la suspirada independencia eclesiástica y la autonomía que les permitieron convertirse en la gran república marinera conocida y respetada por todo el mundo, afirmando a la vez su supremacía sobre las ciudades de las costas septentrionales del Adriático, además de la independencia de Bizancio.
Tintoretto ha hecho famoso este episodio de la historia de la República de Venecia con su famoso cuadro “Traslación del cuerpo de San Marcos”.
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Para saber más: N. De Matthaeis: Legati a una Reliquia
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