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Le voci discordanti                                                                                       Puoi leggere quest’articolo in italiano cliccando qui

El culto de las reliquias, desde los albores del cristianismo, ha estado muy difundido entre los cristianos. Sin embargo, con el pasar de los siglos, ha sido entendido y vivido de maneras diferentes. Sabemos de la importancia que ha tenido, no solo en el sentir religioso tanto en occidente como en el medio oriente cristiano, sino también cómo las reliquias han contribuido al desarrollo económico de muchas comunidades. Así ha sido sobre todo durante la Edad Media, hasta convertirse en algunos casos en poderosos instrumentos de poder.

En esa época las reliquias han servido como símbolo de identificación de una ciudad, incluso más allá del valor religioso de las mismas, especialmente cuando la iniciativa para poseerlas no partía de la Iglesia sino de las fuerzas políticas y sociales, como por ejemplo en el caso de la República de Venecia. Asimismo sabemos que muchos soberanos se sirvieron de éstas como medio de unión política de sus territorios y en algunos casos se les atribuía un valor mágico. Mucha gente se ha enriquecido con el tráfico ilegal de reliquias auténticas o falsas o con el robo de las mismas. Y no podemos olvidar que el fenómeno de los peregrinajes nace del culto a las reliquias, con la repercusión cultural y económica que estos movimientos conllevan.

Pero no todos atribuían a este culto demasiada importancia. Es más, diremos que en muchas ocasiones ha suscitado muchas controversias y ha sido censurado y condenado por eminentes figuras de la historia, de la literatura y de la religión. Algunos por el tráfico ilícito al que se prestaba y otros simplemente porque lo desaprobaban. Estas voces discordantes no solo fueron fruto de una determinada época, como por ejemplo durante y después de la Reforma, sino que las encontramos incluso desde los primeros siglos del Cristianismo.

Muy brevemente, veamos algunas.

Arca y tumba de San Agustín – Pavia, San Pietro in ciel d’oro

Para San Agustín (354-430), uno de los primeros padres de la Iglesia, las reliquias son objeto de veneración en cuanto a través de éstas adoramos a Dios1. Sin embargo condenaba la excesiva veneración de las mismas y no creía que pudieran obrar milagros. Con el tiempo atenuó esta tesis cuando fue testigo de los muchísimos milagros que algunas reliquias de San Esteban produjeron. Por lo tanto en “La ciudad de Dios” sostuvo que, haciendo milagros, la reliquia de un mártir demuestra que Dios reconoce en él su fe.

Vigilancio el Gascón, un presbítero francés del siglo V, escribió un tratado contra ciertas prácticas católicas y sobre todo contra la veneración de las reliquias. Éstas solo son polvo y no tienen poder de intercesión. Los santos se encuentran en el cielo y desde allí pueden interceder por los pecadores: no hace falta ir a un santuario para tener acceso a ellos. El único testimonio de estas tesis lo encontramos en la carta de condena que San Jerónimo, acérrimo defensor del culto a las reliquias, le envió2.

El testigo de Vigilancio fue de alguna manera recogido por Claudio, obispo de Turín entre el 817 y el 818. Sostenía que el cristiano debía tener una relación directa con Dios y Cristo, no mediada por imágenes ni por reliquias. Los santos podían haber tenido poderes espirituales en vida pero estos poderes terminaban en el momento de su muerte. También era contrario al culto de la cruz como objeto y no creía en la importancia de las peregrinaciones, puesto que la penitencia podía ser practicada en cualquier lugar.

De Pignoribus Sanctorum es un tratado sobre la veneración de las reliquias escrito por Guibert de Nogent (1055-1024). Este abad francés no era contrario a la veneración de las reliquias en sí, pero exigía la verdad sobre la autenticidad de las mismas, condenando la exhumación de los cadáveres y el desmembramiento de los cuerpos. Denunciaba duramente la credulidad de las masas que alimentaba la corrupción y la avidez de los santuarios que para enriquecerse presentaban falsas reliquias y orquestaban falsos milagros. Afirmaba también que la gracia que se recibe no depende del objeto venerado sino de la fe de quien la obtiene.

Durante el Renacimiento el tráfico de reliquias, verdaderas o falsas, era una actividad muy lucrativa. Incluso Boccaccio se hace eco de ello y lo ridiculiza en una de las novelas del Decameron, en el que el astuto “Fray Cebolla promete a algunos campesinos mostrarles la pluma del ángel Gabriel; al encontrar en lugar de ella unos carbones, dice que son de aquellos que asaron a San Lorenzo”.

La corrupción de la Iglesia, sobre todo ligada a la concesión de indulgencias, preparó el terreno para la Reforma. En 1517 Lutero publicó sus famosas 95 tesis sobre las indulgencias, y en 1543 Juan Calvino, que estaba al frente de la comunidad protestante de Ginebra, escribía su famoso “Traité des reliques”. En esta obra las reliquias están consideradas como objeto de un ‘malvado y deshonesto mercado’ desviando la atención sobre lo esencial del mensaje evangélico. En vez de buscar a Jesús en su palabra y en sus sacramentos lo buscamos en objetos, como su vestimenta, sábanas, los clavos… Además, es particularmente crítico con todas las presuntas reliquias en circulación. Prácticamente no existe ninguna parte del Evangelio que no tenga sus correspondientes reliquias. No solo los fragmentos de la cruz, clavos y espinas de la corona, sino también el santo prepucio, la paja del pesebre, las lágrimas, la sangre y el agua del costado, los objetos de la última cena, la túnica y los dados… y hasta las huellas de los pies y de las nalgas.

Y para terminar este breve reseña citaremos otra importante obra escrita en 1821 por J.A.S. Collin de Plancy, autor de importantes trabajos sobre ocultismo y demonología. Me refiero al “Diccionario crítico de reliquias e imágenes milagrosas”, un tratado en tres volúmenes en el que quiere demostrar lo absurdo del culto a las reliquias, comparándolo con ritos paganos, denunciando la falsedad de muchas de ellas, vista la existencia de una misma reliquia en diferentes lugares y la habilidad de la Iglesia para inventarse supuestos milagros atribuidos a las mismas reliquias aprovechándose de la ignorancia y la superstición del pueblo. Al principio del libro advierte que su obra no va en contra del Evangelio, por lo que no debería ‘molestar’ a los verdaderos cristianos, y que estando ya en el siglo XIX este culto ya no es sostenible, salvo por interés, y el clero, en vez de utilizar su ciencia para combatir esta superstición, no hace más que fomentarla. No se salva ni el pueblo que “en vez de buscar a los dioses y los santos en su doctrina y su ejemplo, solo los encuentra en sus huesos y sus imágenes, como si la piedra y los huesos podridos tuvieran el poder supremo”.

Incluso a distancia de siglos el uno del otro, muchos argumentos se parecen y sin duda también hoy habrá muchas opiniones que compartan plenamente todas estas tesis que, como hemos visto, no solo nacieron a la sombra de las teorías luteranas. Pero al mismo tiempo podemos afirmar, sin ninguna duda, que a pesar de que nos encontremos en una sociedad donde la religión ya no condiciona tanto nuestra vida y nuestras decisiones, el culto a las reliquias sigue ocupando un lugar relevante en nuestra cultura y en la manera de entender y vivir la fe de muchas personas.

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1.- San Agustín. Libro XX. Réplica a Fausto, el maniqueo    2.- San Jerónimo. Contra Vigilantium