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Deusdona: il più famoso ladro di reliquie di tutti i tempi Puoi leggere quest’articolo in italiano cliccando qui
Los robos de reliquias no son una hecho exclusivo de la Edad Media pero encuentran en ésta su máxima expresión. No olvidemos que los más importantes lugares de devoción y santuarios son tales gracias a una reliquia, muchas veces llegada en circunstancias poco claras. Por citar sólo uno de los ejemplos más clamorosos, recordaremos el de las reliquias de San Marcos, robadas por los venecianos en Alejandría en el siglo IX.
Aunque el culto a las reliquias fue muy importante durante toda la Edad Media, fue entre los siglos IX y XI cuando alcanzó su ápice. Durante la época carolingia, y el período inmediatamente sucesivo, se había conferido una gran importancia a este culto. Como para la liturgia, la educación y la reforma monástica, también el culto a las reliquias fue centralizado y utilizado para reforzar el programa de consolidación política, social y religiosa del imperio. Las reliquias fueron un elemento importante en la cristianización forzosa de sajones y ávaros. La obligación de todas las iglesias de tener reliquias en los altares y la necesidad de una reliquia en los juramentos y actos públicos aumentó de manera exponencial la demanda de las mismas. No olvidemos que este período es fundamental para la formación cultural de Europa y el principal factor de unificación fue la religión a través de la cristianización y la devoción a las reliquias.
Después del período carolingio, al final del siglo IX, la aristocracia adquirió mucho poder debido a que el poder central se debilitaba. La instituciones religiosas ya no gozaban de sustento económico ni de protección. Por esta razón intentaban conseguir reliquias para garantizarse una protección sobrenatural, a falta de la institucional, siendo, al mismo tiempo, fuente de ingresos.
Los santos, pues, proporcionaban lo que el poder central no era capaz de dar. Las reliquias eran el lazo de unión entre la vida terrenal y lo divino. Representaban la única defensa contra los innumerables males físicos y psíquicos del pueblo indefenso dejado de la mano de Dios. Las reliquias transmitían la voluntad de los santos a las que habían pertenecido pero podían hacer milagros sólo si la comunidad las aceptaba y reconocía como tales, y las reliquias en sí daban su consentimiento, a través de señales explícitas en pro o en contra, a ser trasladadas y colocadas en otro lugar.
Obviamente era necesaria una prueba que las autenticara y, a falta de un certificado, podía valer un relato, escrito u oral, que las identificara con el santo en cuestión. Pero la mejor prueba era la que las mismas reliquias aportaban: si se comportaban como tales, es decir si hacían milagros, inspiraban a los feligreses y acrecentaban el prestigio de la comunidad, entonces eran auténticas.
El culto a los mártires estaba muy en boga y las reliquias se buscaban sobre todo en Italia y España; las de Roma estaban entre las más cotizadas.
Esta situación propició la aparición de traficantes y ladrones de reliquias que abastecían sobre todo a clientes importantes capaces de pagarlas a precio de oro. Entre estos, se incluían principalmente los obispos carolingios y los abades, y más adelante, en el siglo X a los reyes anglosajones. También los emperadores otones eran grandes coleccionistas de reliquias, pero estos tenían muchas influencias en Italia e podían garantizarse sus reliquias sin tener que recurrir a ladrones y traficantes.
Entre los proveedores de reliquias de época carolingia, el más famoso fue sin dudas el diácono Deusdona. Deusdona organizaba caravanas que en primavera cruzaban los Alpes y recorrían las ferias monásticas. Proporcionaba sobre todo mártires romanos, mientras que otros ladrones que trabajaban en Italia, proveían santos procedentes también de otros lugares, como por ejemplo Rávena. Los traficantes las compraban a clérigos sin escrúpulos o las robaban en iglesias o catacumbas incustodiadas.
Deusdona era diácono de la iglesia de Roma y se aprovechaba de este rango para moverse libremente en las catacumbas de la Urbe. Se hizo muy famoso porque consiguió los cuerpos de los mártires Marcelino y Pedro para Eginardo, biógrafo de Carlomagno. Deusdona no trabajaba solo, sino que estaba al frente de un grupo organizado de mercaderes de reliquias.
Eginardo recibió como regalo de Luis el Piadoso, sucesor de Carlomagno, algunos territorios en los que se retiró y fundó un monasterio, el de Mulenheim, hoy Selingenstadt. Recurrió a los servicios de Deusdona en el 827 porque necesitaba reliquias importantes para su monasterio. Además, le tenía envidia al abad Ilduino que se jactaba haber conseguido las reliquias de San Sebastián del papa Eugenio II para el monasterio de San Medardo de Soissons.
Eginardo cuenta, en su obra ‘Traslatio SS Marcelli et Petri’, cómo encontró a Deusdona y cómo firmó un contrato para conseguir las reliquias de dichos mártires, las peripecias de los ladrones, acompañados de su notario Ratleco y los pormenores de la operación en las catacumbas de la Vía Labicana. Este relato contribuyó decididamente a la fama de Deusdona.
Deusdona vivía en Roma cerca de la iglesia de ‘San Pietro in Víncoli’ y en su trabajo contaba con la ayuda de sus dos hermanos: Lunisio, que trabajaba en el sur de Italia, y Teodoro, que participó con Deusdona en la segunda expedición alemana en el 830. En aquel año los dos mercaderes llegaron a Mulenheim para entregar las reliquias prosiguiendo sucesivamente para Magunza para encontrar a Teotmaro, un monje de Fulda que había viajado a esa ciudad en busca de reliquias para su monasterio. Teotamaro hizo negocios con él y entre las reliquias que le fueron vendidas había restos de los santos Alejandro, Sebastián, Fabián, Urbano, Felicísimo, Felisa y Emerenciana.
En un sucesivo viaje, en el 834, Deusdona llevó a Eginardo las reliquias de San Hermes; más adelante uno de sus socios, Sabatino, abastecía Fulda de más reliquias.
Durante el invierno Deusdona y sus socios recogían sistemáticamente reliquias en los diferentes cementerios de Roma. Para no levantar sospechas, cada año se concentraban en una sola zona (Labicana, Salaria-Pinciana, Appia). Este trabajo era muy rentable, aun cuando el equipamiento de caravanas y la travesía de los Alpes no era una empresa de poca monta. En la primavera se las arreglaban para que su paso coincidiera con las eventos importantes celebrados en los monasterios de sus clientes porque los peregrinos que acudían a dichas celebraciones eran, a la vez, potenciales clientes.
Este comercio de reliquias, aunque ilegal, no estaba mal visto ni siquiera por el clero y las comunidades monásticas que, a menudo, se convertían a su vez en traficantes porque necesitaban reliquias.
Esta actividad, obviamente se prestaba a muchos fraudes: un mismo santo podía ser vendido a varios compradores, en partes o incluso entero, sobre todo si era popular. Esta fue una de las principales causas de duplicidad de una misma reliquia, como por ejemplo en el caso de San Sebastián, que aunque el monasterio de San Medardo reivindique su posesión, está también en Roma. A falta de huesos de santos, se vendían huesos de gente común, o incluso huesos de animales como huesos de santo.
Los cuentos medievales de la diferentes ‘translationes’ de reliquias en su mayoría esconden un robo o una compra ilegal. Pero de alguna manera en aquella época un robo era mucho más apreciado que una donación, porque daba mucha más importancia al santo, significando una ‘conquista’ para quien había podido conseguirla, sobre todo si la reliquia misma daba su beneplácito.
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