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I quattro pilastri della cupola di San Pietro. Puoi leggere quest’articolo in italiano cliccando qui
En la basílica de San Pedro del Vaticano, en los cuatro pilares que sostienen la cúpula, hay otros tantos nichos que dan acceso a unas capillas que fueron diseñadas para custodiar las reliquias más importantes del templo, si excluimos los restos del apóstol San Pedro, que se encuentran en la Necrópolis Vaticana bajo el altar mayor de la basílica.
Cada uno de estos nichos está ocupado por una enorme estatua de más de tres metros, además del pedestal, que nos indica cuál es la reliquia custodiada en la respectiva capilla. Por encima de estas estatuas pueden verse balcones ornamentales utilizados para la exposición de las reliquias. El acceso a las capillas y consiguientemente a los balcones sólo está permitido a los canónigos de la basílica, que son los únicos encargados de las ostensiones.
Las estatuas, encargadas por Urbano VIII (1623-1644) representan: la Verónica, Santa Elena, San Longino y San Andrés. Todas fueron creadas a raíz de las ideas arquitectónicas de Bernini, aunque finalmente el artista sólo llevase a cabo una de ellas.
El primer pilar a la izquierda, según se mira el altar mayor de frente, por lo tanto en correspondencia con el ángulo izquierdo posterior del baldaquino, está dedicado a la Verónica. Este personaje es conocido porque enjugó con su velo el rostro ensangrentado de Jesús camino del Calvario, quedando su imagen impresa en el mismo. Esta reliquia, que está considerada como una de las más misteriosas del mundo, está custodiada en la capilla presidida por la estatua de Francesco Mochi (1580-1654). La inscripción encima del nicho dice: “Salvatoris Imaginem Veronicae Sudario exceptam, ut loci maiestas decenter custodiret, Vrbanus VIII. Pont. Max. marmoreum Signum, et Altare addidit, conditorum extruxit et ornavit”. La estatua nos presenta no a una Verónica ‘estática’, como la que estamos acostumbrados a ver en la mayoría de la iconografía, sino a un personaje con un extremado dinamismo, ‘demasiado’, decían las críticas de aquellos tiempos. Hay que resaltar la extrema finura de la vestimenta y del velo. Aunque fue bastante bien acogida por la curia romana y por otros sectores intelectuales de la Urbe, la Verónica no recibió la aprobación de Bernini.
La capilla siguiente, en sentido horario, con delante una estatua de Santa Elena, contenía una parte de las reliquias de la Vera Cruz custodiadas originalmente en la basílica de Santa Cruz en Jerusalén, o Sessoriana, que según la tradición, la emperatriz trajo de Jerusalén Nos lo confirma también la inscripción: “Partem Crucis, quam Helena Imperatrix è Calvario in Vrbem adduxit, Vrbanus VIII. Pont. Max è Sessoriana Basilica desumptam, additis ara, et Statua, hic in Vaticano collocauit”. La reliquia fue mandada trasladar a San Pedro en 1629 por Urbano VIII con ocasión de la consagración de la nueva basílica, y exactamente en el 1300 aniversario de la consagración de la primera basílica, la constantiniana. La estatua de Andrea Bolgi (1605-1656), también llamado el ‘Carrarino’ nos retrae a la santa como normalmente se la ve retratada en la iconografía, es decir, sosteniendo una cruz. De las cuatro estatuas, Santa Elena está considerada como la menos expresiva.
La estatua de Longino, el legionario romano que atravesó con su lanza el costado de Cristo en la cruz, es obra de Bernini y fue realizada entre 1628 y 1638. La reliquia que se conservaba en esta capilla era la punta de la lanza de Longino, la Santa Lanza, como también nos confirma la inscripción: “Longini Lanceam, quam Innocentius VIII. á Baiazette Turcarum Tyranno accepit, Vrbanus VIII. Statua adposita, et Sacello substructo, in exornatum conditorium transtulit”. Esta lanza pudo llegar a Roma, en 1492, gracias a un ‘acuerdo’ entre el tirano turco Bayazid (Bayaceto) y e papa Bonifacio IX. El papa habría ‘retenido’ en territorio italiano al hermano del tirano, caído en manos de los cristianos, porque hubiera sido una amenaza al trono, y el favor habría sido recompensado con esta preciosísima reliquia. El Longino que nos presenta Bernini no es el que hiere a Jesús, sino el soldado ya convertido; aquel que mirando a Cristo muerto en la cruz, dijo: “¡Verdaderamente este hombre era el hijo de Dios!” Ya no tiene ni coraza di yelmo. Está lleno de dinamismo y teatralidad, aspectos estos, muy típicos del barroco y de su autor.
En el cuarto pilar que sostiene la cúpula encontramos la cuarta capilla de las reliquias. Aquí se custodiaba la cabeza de San Andrés apóstol. La reliquia ya no se encuentra en el Vaticano, porque fue devuelta por Pablo VI a Patrás, en Acaia, de donde había venido, para cumplir con una antigua promesa hecha por el papa Pío II. La inscripción recita: ”S. Andrea caput, quod Pius II. ex Achaia in Vaticanum asportandum curauit, Urbanus VIII. nouis hic ornamentis decoratum, sacrisue. statuae, ac Sacelli honoribus coli voluit”. La estatua es de Francisco Duquesnoy (1597-1643), también llamado el Flamingo. Vemos a un San Andrés representado con el instrumento de su martirio: la cruz en forma de aspa, también llamada cruz de San Andrés. La posición de esta estatua es similar a la de Longino. Los dos santos tienen los brazos abiertos, el torso desnudo, la mirada hacia arriba, con el peso del cuerpo apoyado en la pierna izquierda. Probablemente fue por indicación del mismo Bernini. Algunas de estas características las vemos también en la Santa Elena de Bolgi. Sin embargo, no respeta estos criterios la Verónica de Mochi, pudiendo ser esta la razón de la desaprobación berniniana.
Aunque inicialmente cada capilla custodiaba una reliquia, como he explicado antes, actualmente las Tres Reliquias Insignes están todas en la capilla de la Verónica.
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