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Le sante immagini acheropite (1) La Veronica: ma quante ce ne sono? – (prima parte) Puoi leggere quest’articolo in italiano cliccando qui
La palabra ‘aquerópita’ viene del griego ‘acheiropoietos’ y significa ‘no pintada por mano humana’. Las imágenes aquerópitas son todas las que son fruto de la intervención divina, sin ninguna participación del hombre. Normalmente estas imágenes representan a Cristo o a la Virgen María. Una de las más famosas, además de la Sábana Santa, es el velo de la Verónica.
Verónica es el nombre de la pía mujer que quitándose el velo de la cabeza, abriéndose camino entre la muchedumbre, secó el rostro ensangrentado de Cristo camino del Calvario, y con este gesto, su imagen se quedó impresa en la tela. Nos lo cuenta una tradición del siglo XII, no los Evangelios, y fue retomada por la ‘Leyenda dorada’ de Jacopo de Voragine (siglo XIII). Este episodio entró con tanta fuerza en la tradición cristiana que llegó a tener su propia estación en el Vía Crucis.
El nombre ‘Verónica’ podría derivar en la unión de las palabras, latina y griega, ‘vera eicon’, verdadera imagen, o ser una distorsión de Bernike o Berenice, a la que hacen referencia los Apócrifos, identificando a esta mujer con la hemorroísa, que recibió un milagro de Jesús, y que vivía en Cesarea de Felipe, en Palestina.

Verónica y Volusiano ante Tiberio. Manuscrito del siglo XIV. Milán, Biblioteca ambrosiana (foto VeronicaRoute)
No sabemos si esta Verónica mandó hacer un retrato de Jesucristo o si efectivamente le secó el rostro con su velo. Pero desde ese momento en adelante se superponen diferentes leyendas en torno al poder milagroso de una cierta imagen. Una de ésta cuenta que fue llevada a Roma por Volusiano, un criado de Tiberio, para curar al emperador de una grave enfermedad. Verónica habría acompañado a Volusiano a Roma y, sucesivamente, habría viajado por Europa anunciando la palabra de Cristo, estableciéndose en Francia donde dedicó su vida a la conversión de los Galos. De hecho, en Francia es la patrona de los mercaderes de lino y de las lavanderas y se la conoce con el nombre de Venice o Venisse. Al final de su vida donó el santo rostro al papa Clemente I (93-102).
Existe una tradición romana basada en el viaje a Roma de Verónica con Volusiano en los tiempos de Tiberio Augusto, que nos dice que la imagen fue llevada a Roma dentro de un cofrecito. Lo demuestra una inscripción que aun puede leerse en los restos de un cofre de madera, conservados en la iglesia de Santa María ad Martyres (más conocida como el Pantheon) que indica que la misma Verónica lo trajo de Palestina: “In ista capsa fuit portatum Sudarium passionis Domini Nostri Jesu Christi Hierosolymis Tiberio Augusto”1, y en la urna en la que se conservaban los restos del cofre: “Arca in qua sacrum sudarium olim a diva Veronica delatum Romam ex Palestina hac in Basilica annis centum enituit”2.

Una de las copias de la Verónica realizada por el canónigo P. Strozzi (1622). Iglesia de San Marcos, Madrid
Lamentablemente seguir esta pista es muy difícil porque no hay más indicios. Por la obra Chronicon del monje Benedetto di Sant’Andrea (siglo X-XII) aprendemos que en Roma el papa Juan VII (705-707) mandó erigir en San Pedro una capilla (u oratorio) dedicada a la Verónica. Esta imagen fue definida sucesivamente como el verdadero rostro de Cristo. ¿Cuándo llegó? Si los datos del monje son fiables no podemos afirmar que llegó a Roma desde Bizancio en el siglo VIII, junto con otras imágenes sagradas, cuando para salvarlas de las luchas iconoclastas que había en el seno de la Iglesia cristiana de Oriente, muchas de éstas fueron enviadas a Occidente para evitar que fueran destruidas. Es evidente que la imagen ya se encontraba en Roma, porque la iconoclastia tuvo oficialmente inicio en el 726, decretada por el emperador León III Isáurico. ¿Y de qué imagen se trataba? Sabemos también que en Constantinopla a partir del siglo VI en adelante se veneraba otra imagen del rostro de Cristo, el velo de Camulia, ciudad no lejana de Edesa, del cual a partir del 700 se perdió todo rastro. La imagen habría sido hallada por una mujer en un pozo y sucesivamente llevada a Cesarea, en Capadocia, la ciudad de la hemorroísa (aunque existe una confusión en las fuentes entre Cesarea de Felipe y Cesarea de Capadocia). Algunos sostienen que la Verónica se identifica con el Velo de Camulia o con el Mandylion de Edesa, del que hablaremos en un próximo artículo, visto que las leyendas sobre el origen de estas dos reliquias son, en cierto sentido, paralelas.

Basílica de San Pedro en Vaticano. A la izquierda la Capilla de la Verónica, en uno de los cuatro pilares que sostienen la cúpula
Cuando se construyó la nueva basílica de San Pedro, la reliquia de la Verónica fue mandada trasladar por Urbano VIII a una de las cuatro capillas alojadas en los pilares que sostienen la cúpula, donde se custodian las reliquias más preciosas. La que está dedicada a la Verónica se reconoce fácilmente por la estatua de Francesco Mochi que representa a una mujer que sostiene un velo con la imagen de Cristo impresa, confirmada también por la inscripción latina: “ Salvatoris Imaginem Veronicae Sudario exceptam, ut loci maiestas decenter custodiret, Vrbanus VIII. Pont. Max. marmoreum Signum, et Altare addidit, conditorum extruxit et ornavit”3.
La reliquia de la Verónica, la más misteriosa de todas las reliquias, fue uno de los mayores reclamos del jubileo de 1300, convocado por Bonifacio VIII. Durante este jubileo fue visitada por el poeta Dante Alighieri, quien le dedica unos versos en el XXXI canto del Paraíso, en su obra ‘La Divina Comedia’. También fue visitada por Petrarca, en el jubileo de 1350. Sin embargo, estos dos insignes personajes no pudieron verla de cerca. Son poquísimas las personas durante todos estos siglos a las que ha sido mostrada y siempre con el permiso del papa. Esta reliquia sólo es accesible para los canónigos de San Pedro, ni siquiera para obispos y cardenales. Barbier de Montault tuvo el privilegio de verla, y así la describe en los Anales arqueológicos:
“El 8 de diciembre de 1854, mandaron bajar esta reliquia insigne para colocarla sobre el altar del Santo Sacramento, entre la Lanza y la madera de la Vera Cruz. El Santo Rostro está encerrado en un marco de plata, dorado en algunas partes y con forma cuadrada, de aspecto severo y con pocos ornamentos. La sencillez del relieve resalta aun más el interior del cuadro, protegido por un cristal espeso. Desafortunadamente, debido a una costumbre demasiado frecuente en Italia, una lámina de metal cubre el interior y deja descubierto sólo el rostro dibujando su contorno. Por este contorno muy marcado se adivina un largo cabello que cae sobre los hombros y un barba corta que se bifurca en dos partes poco tupidas. El resto de los rasgos está tan vagamente dibujado, o más bien casi completamente borrado, que he necesitado de la mejor voluntad del mundo para distinguir los rastros de los ojos y de la nariz. Lo que aumenta aún más la confusión es una redecilla de grandes mallas, allí colocada con el fin de impedir que la tela caiga a trozos. En suma, no se ve el fondo de la tela, escondida por una inútil aplicación de metal, y en la zona impresa no se distingue otra cosa que una superficie negruzca, no dando la impresión de que se trata de un ser humano”4.

Una de las copias de la Verónica realizada por el canónigo P. Strozzi (1622). Iglesia del Jesús, Roma
Una opinión similar fue expresada por otros insignes huéspedes que pudieron verla de cerca. Se trata de una imagen muy desenfocada en la cual se adivinan los ojos, la nariz y la boca, de color pardo en la parte alta de la frente cerca del pelo, barba del mismo color que termina en dos (o tres) puntas con una mancha, o una lágrima, marrón en la mejilla derecha, como en la aquerópita del Salvador del Sancta Sanctorum y también el Mandylion conservado en la capilla Matilde del palacio pontificio y el de Génova. En cuanto al velo de la Verónica, sólo un examen científico, al cual nunca ha sido sometida, podría demostrar si la imagen es producto de manchas de sangre humanas o si se trata de una pintura.
Pero hay muchos que creen que el verdadero velo de la verónica no se encuentra en el Vaticano desde hace muchos tiempo, sino en la región de los Abruzos (Italia), y se identificaría con el Rostro Santo (Volto Santo) de Manoppello (Pescara, Italia), descubierto en 1999 por el sindonólogo Heinrich Pfeiffer. Está considerado como el auténtico velo de la Verónica salvado del ‘Saco de Roma’ llevado a cabo en 1527 por los Lansquenetes, mercenarios de Carlos V de España. En aquél momento, la opinión generalizada era que la reliquia había sido robada, porque fue hallado su marco roto y vacío. Este primitivo marco puede verse en el tesoro de la Basílica Vaticana. Muchos sostienen que el Rostro Santo de Manoppello es, de hecho, el original y se venera como tal. El resultado de un examen llevado a cabo con un escáner digital al que fue sometida la imagen confirma que sobre el tejido no hay rastros de color. Aun hoy no se ha podido descubrir cómo puede haberse formado la imagen sobre ese finísimo velo. Sin embargo sus medidas son más pequeñas que las del velo de la Verónica de San Pedro (17×24 en vez de 34×31). Y más curioso aún es que el rostro de Manoppello coincide por dimensiones con el rostro de la Sábana Santa. Por estos y otros motivos, y porque su tipología iconográfica es diferente de la de los modelos ‘tipo Mandylion o Veronica’, podría descartarse la hipótesis que sostiene que es el verdadero Velo de la Verónica.
El Vaticano, en 1618 declaró que la reliquia no había sido robada, y aun hoy no se pronuncia claramente sobre el velo de Manoppello, dejando a entender que el de la Verónica en realidad no fue sustraído, que nunca salió del recinto del Vaticano y que no se sabe en qué circunstancias se rompió el marco original. De hecho continúa exponiendo la reliquia desde su homónima capilla, el quinto domingo de Cuaresma.
Pero los partidarios de Manoppello dicen que las copias pedidas al Vaticano por diferentes casas aristocráticas durante el siglo XVII no se hicieron con delante el modelo original, sino ‘de memoria’ para no admitir el robo y dejar creer que la imagen aún se hallaba en el Vaticano. En 1616, la reina Constanza de Austria pidió a Pablo V una copia del santo rostro y el Vaticano mandó hacer, a Pedro Strozzi, canónigo de San Pedro y secretario de Pablo V, además de ésta, otras copias. Una, la que el Vaticano hizo para la duquesa Sforza, se encuentra en la Iglesia del Jesús de Roma, y lleva la fecha de 1622, con una inscripción en la parte posterior que recuerda la prohibición de hacer reproducciones del sacro rostro bajo pena de excomulgación. De hecho, en esos mismos años, una orden papal ponía fin a la próspera actividad de los muchos y buenos ‘pintores del Rostro Santo’ existentes en Roma que desde hacía siglos copiaban esta imagen, muy solicitada por los peregrinos, al igual que las medallitas con la efigie de la Verónica que cosían en el sombrero o en la vestimenta.
Las otras copias fueron enviadas a Bolonia, Palermo (Chiusa Sclafani), e incluso llegaron a distintas partes de Europa: a Viena, donada a Carlos VI por Catalina Savelli, a Malta y a Madrid, dono del Pablo V al cardenal Luis Homodey.
A pesar de estas copias más recientes, hay otras más antiguas: una fue donada por el papa Gregorio IX en 1376 al obispo de Jaén (España) Nicolás de Biedma. El emperador Carlos IV (1316-78), un gran coleccionista de reliquias, consiguió otra que expuso a la veneración en la catedral de Praga. Y también en España, en Alicante se conserva la ‘Santa Faz’, una copia del siglo XV. De las de Jaén y Alicante hablaremos en un próximo artículo porque siguen siendo objeto de particular devoción.
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(1) – “En esta caja fue traído de Jerusalén, para Tiberio Augusto, el Sudario de la pasión de Nuestro Señor Jesucristo”. (2) – “Arca en la que el sagrado sudario transportado desde Palestina a Roma por la divina Verónica en esta basílica resplandeció durante 100 años”. (3) – “Urbano VIII Pontífice Máximo añadió una estatua de mármol y un altar, edificó y adornó una capilla para que la majestad del lugar custodie adecuadamente la imagen del Salvador impresa en el sudario de la Verónica”. (4) – Xavier Barbier de Montault, Annales archéologiques, T. XXIII; en Ch. Rohualt de Fleury, Memoires sur les Instruments de la passion de N.-S.J.-C., Paris 1870.
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Para saber más: 1.- Rohualt de Fleury, Memoires sur les Instruments de la passion de N.-S.J.-C., Paris 1870. 2.- M. Hesemann, Testimoni del Golgota, Cinisello Balsamo 2003 3.- S. Gaeta, L’enigma del volto di Gesù, Milano 2010 4.- Veronicaroute.com
Consulta también mi otro artículo sobre otras aquerópitas: La Santa Faz y el Sagrado Rostro, El Mandylion de Edesa, La aquerópita del Salvador, Los Santos Rostros de Lucca y Sansepolcro
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Feliz verano muchas gracias un beso Cari
Lo mismo digo.
Largo y interesante artículo.
Besos
Nicola
Muchas gracias.
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