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Il simulacro della Vergine Maria: una reliquia? Puoi leggere quest’articolo in italiano cliccando qui
Rafael – Madonna de Foligno – Museos Vaticanos
La gran devoción por la Virgen María y por sus reliquias se remonta al siglo VI y en cierto sentido fue impulsada por Pulqueria (siglo V), la religiosísima emperatriz bizantina que intentaba seguir los pasos de la emperatriz Elena, madre de Constantino el Grande y, según la tradición, descubridora de la Vera Cruz. Pulqueria mandó erigir diferentes santuarios dedicados a la Virgen y a sus reliquias. El templo más emblemático fue el de Blanchernae de Constantinopla. Fue una activa buscadora de reliquias de la Virgen con las que honrar los templos mandados construir por ella.
Esto culto aumentaba con el pasar de los años y consiguientemente también la necesidad de encontrar alguna presencia física de la Virgen, sobre todo a partir del siglo VII. Pero no era una tarea muy fácil porque María, como Cristo, subió al cielo con el cuerpo. No obstante esta dificultad, existe una discreta colección, distribuida en varios lugares de la cristiandad, de ‘objetos’ y otros enseres que presuntamente habrían pertenecido a la Virgen María; prendas de vestir, cinturones, zapatos, mechones de pelo y hasta ampollas con su leche. Y existe también su casa, la Santa Casa, la de Loreto. Todas o casi todas estas reliquias se remontan a este período.
Como contraposición a la poca disponibilidad de reliquias, a partir del siglo VII hay una explosión de imágenes de la Virgen, muchas de las cuales atribuidas a San Lucas, que además de ser evangelista, también era médico y pintor. Lucas no conoció personalmente a Jesús pero su evangelio es el único que nos cuenta particulares de su infancia, presumiblemente contados a él por la Virgen que conoció personalmente, razón por la cual podía también retratarla. Sólo en Roma hay nada menos que seis imágenes atribuidas a San Lucas, la más importante de éstas es la Salus Populi Romani, custodiada en la basílica de Santa María la Mayor, la imagen mariana más venerada de la ciudad eterna en absoluto y a la que se atribuyen diversos milagros. En realidad se trata de una tabla restaurada en el siglo XII de un original mucho más antiguo, probablemente del siglo V-VI.
Al principio muchas imágenes o estatuas de la Virgen encerraban sus propias reliquias, porque probablemente el poder de la sola estatua no era suficiente. Pero pronto las reliquias ya no fueron necesarias. Por lo tanto en el caso de la Virgen María poco a poco la devoción se desplazó desde las reliquias hacia su imagen, como si esta última fuera la Virgen en persona.
A partir del siglo XI-XII el culto de la Virgen, sus reliquias y también de sus imágenes se convierte en una realidad ya consolidada. La gran devoción mariana por parte de Bernardo de Claraval, el gran difusor de la orden del Císter, es decir la reforma de la orden benedictina, completa la propaganda de este culto y la Virgen se convierte en el personaje determinante de la fe cristiana. El arte se hace eco de esta nueva realidad y representará y desarrollará aún más, en los siglos sucesivos, el triunfo de la Virgen en el cielo.
La devoción por María va al compás con la obra evangelizadora de los pueblos paganos y con el surgir de muchos santuarios marianos. Algunos fueron erigidos en lugares que eran considerados como sagrados o mágicos por la anterior religión local porque eran lugares donde había acontecido o acontecían cosas extraordinarias. Estos sitios a veces eran templos antiguos, pero a menudo eran parajes o accidentes naturales: árboles, piedras, grutas, pequeños bosques o manantiales de agua, cerca de los cuales a menudo se descubría, en circunstancias excepcionales o milagrosas, una imagen de la Virgen María, y casi siempre por parte de personajes humildes (pastores, campesinos). Todos estos lugares eran puntos donde se concentraba una energía particular que emanaba de la tierra y en confluencia con corrientes telúricas.
Una de las representaciones más difundidas en la Europa medieval es la imagen de la virgen negra. Se han contado unas 450 de las cuales quedan unas 300 en toda la geografía cristiana.
Algunas son muy famosas: Montserrat, Loreto, Czestochowa… Muchas son estatuas de madera que representan el cuerpo entero de la virgen con la piel negra. Algunas son de ébano pero otras, según algunas versiones, se han oscurecido con el tiempo o con el humo de los incendios que a menudo destruían las iglesias medievales, o por una larga exposición a las velas votivas, o han ennegrecido a causa de la oxidación de los pigmentos que coloreaban su rostro. Pero visto que estos factores ennegrecían sólo el rostro y no también el resto del cuerpo, las razones hay buscarlas en otras causas.
Según las teorías más difundidas este color de piel tiene sus raíces en antiguos cultos paganos y es la reminiscencia del antiguo culto a la Diosa Madre que se desarrolló ya desde el neolítico. El negro es el color de la tierra fecunda, de la vida y de la transformación. No fue fácil para los primeros cristianos evangelizar pueblos paganos. Por este motivo muchas de las fiestas se hicieron coincidir con festividades paganas y muchas figuras cristianas fueron superpuestas a las paganas. Esto hacía que el paso de un credo a otro fuera menos traumático.
También la catedral de Chartres surge sobre un pozo de edad galo-romana, un antiguo lugar de culto druídico donde fue hallada una virgen negra que, según algunos estudiosos, se remonta al siglo XII pero que podría ser una copia de una escultura más antigua que, según la tradición, fue tallada por los druidas después de haber recibido una profecía que una virgen habría dado a luz a un niño. La actual virgen, la que ahora podemos ver en la cripta al lado del pozo, es una copia porque la original se quemó en el 1793, durante la Revolución Francesa. La primera iglesia cristiana erigida en este lugar, sobre la cual se construyeron los sucesivos templos, se puede datar al siglo IV d.C. y estaba dedicada a la Virgen, cuyo simulacro fue hallado in situ. Por lo tanto el vínculo de Chartres con el culto de la Virgen es muy antiguo y fue reforzado aun más a partir del momento en que llegó a su poder una importantísima reliquia: la túnica o el velo de la Virgen.
Esta reliquia llegó a Chartres en el 876. Fue un regalo de Carlos el Calvo que la heredó de su abuelo Carlomagno que, a su vez, la había recibido directamente de la emperatriz Irene de Bizancio. Se dice que la habría llevado la Virgen tanto en el momento de la anunciación como en el del nacimiento de Cristo. Se trata de un tejido de seda que en origen medía 5,35 metros x 0,46. Se salvó milagrosamente de un incendio en el 1194 pero en el 1793 fue cortado en diferentes partes que fueron vendidas. Queda una parte, unos 2 metros. Según varios estudiosos esta prenda es el siglo I, pero se trata de un tejido lujoso y esto entraría un poco en contradicción con el rango social de la Virgen.
Chartres es sólo un ejemplo de lugares de culto mariano de la cristiandad cuyas historias son a menudo muy similares. El cualquier caso, el culto y la veneración por la Virgen María personificada en su efigie, que cuando no ha sido físicamente hallada es el resultado de alguna aparición, no sólo no disminuyen sino que se mantienen inmutados hasta hoy en día. Es el único caso en que sus reliquias verdaderas pasan a un segundo plano.
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