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Reliquie: ma parliamo solo di religione?                                                       Puoi leggere quest’articolo in italiano cliccando qui

1.- Corona ferrea

La palabra reliquia, del latín ‘reliquiae’, resto, residuo, según el diccionario indica, “parte del cuerpo de un santo, o lo que por haberle tocado es digno de veneración”. El culto a las reliquias, aunque no sea exclusivo de la religión cristiana, encuentra en ésta su máxima expresión. Este culto es una cuestión muy controvertida, incluso en el ámbito de la misma religión. Hay una parte de creyentes que se declara abiertamente a favor y sigue practicándolo, y otra que lo considera como una especie de fetichismo beato que difícilmente podría encontrar lugar en nuestra sociedad, donde todo pasa a través de la lógica y la razón. Quien venera las reliquias es a menudo, tachado de ingenuo o “crédulo”, sobre todo cuando hablamos de las reliquias ‘imposibles’ o ‘fantásticas’,  o acusado de atribuir a las reliquias un valor mayor que el mensaje religioso en sí mismo. Sin embargo no se puede negar que para un colectivo muy grande de creyentes, su veneración a veces exagerada, es una parte importante de su fe y expresión de la misma. En cualquier caso, la historia nos enseña que el culto a las reliquias nunca ha hecho distinción entre ricos y pobres, nobles o plebeyos, aunque las motivaciones no necesariamente fueran las mismas.

El fenómeno es mucho más complejo de lo que parece y juzgarlo exclusivamente bajo una óptica moderna y con nuestros esquemas mentales es, cuando menos, superficial. Como muchas otras cosas, también las reliquias han sido instrumentalizadas, no sólo desde el punto de vista religioso, sino también desde el  político y económico, olvidando a menudo cuál era su sentido original en los albores del Cristianismo.

Objetivamente hablando, si esto es posible, no podemos minimizar la importancia que las reliquias han tenido en nuestra historia política, religiosa y económica. Para poseerlas se han movido ejércitos enteros que han cambiado el mapa político de Europa y Oriente Medio. Las reliquias han sido tomadas como símbolo para gobernar o legitimar el poder. Han sido objeto de transacciones económicas por parte de gobiernos y estados, de intercambio para obtener importantes favores políticos y de grandes rivalidades entre instituciones religiosas y laicas para la posesión de las mismas.

Un buen ejemplo de esto es la corona férrea de Monza,  que se considera que era la diadema de Constantino el Grande. Mítica y disputada corona, debe su nombre a uno de los clavos de la crucifixión de Cristo que, según la tradición, fue fundido y engastado en el interior de la misma. Pertenecía a Teodolinda, reina de los Longobardos y fue, después de la conquista de Italia por los Francos, utilizada en el año 774 por Carlomagno para su coronación como ‘Gratia Dei Rex Francorum et Longobardorum’.

Después fue utilizada por los emperadores del Sacro Romano Imperio y por los reyes de Italia, hasta por Napoleón. La corona legitimaba la continuidad y unión con el Imperio Romano dando un sentido al adjetivo ‘sacro’. Recientemente el anillo interior de la corona ha sido analizado y se ha podido comprobar que el metal en cuestión no es hierro, sino plata, y que su única función es la de sujetar y mantener juntos las plaquitas de la corona. Pero durante siglos, la creencia que un clavo de la cruz de Cristo estuviera dentro de la corona le confería un valor y simbología especiales.

Entre nuestras “guerras santas” destaca la vergonzosa IV Cruzada, que termina en el año 1204 con el saqueo y la expoliación de Constantinopla por parte de los mismos cruzados. Fueron robadas las mayores obras de arte y muchas preciosas reliquias, provocando además un gran derramamiento de sangre, incluyendo a mujeres y niños. Los famosos cuatro caballos de bronce del siglo V que decoran la fachada de San Marcos de Venecia son un ejemplo de ello. Esto marcó el inicio de la decadencia del Imperio Bizantino.

No mucho tiempo después, una situación económica extremadamente débil obligó al emperador latino de Constantinopla, Balduino II, a buscar un dinero que sólo obtuvo con la cesión y venta de algunas reliquias que se habían salvado del saqueo de la citada IV Cruzada. Fueron cedidas a los venecianos como garantía de fuertes préstamos y sucesivamente vendidas a un precio elevadísimo al rey de Francia, Luis IX, santificado posteriormente por Bonifacio VIII en 1299. Como hombre profundamente religioso, buscaba desesperadamente un símbolo que legitimara su poder. Para ello, pagó una cifra astronómica para hacerse con la Corona de Espinas de Cristo, que fue acogida en París con pompa magna en el año 1239, aunque la mayoría de las espinas o faltaban o se habían caído durante el traslado, y mandó construir, para custodiarla junto con otras valiosas reliquias, la Sainte-Chapelle, obra maestra de la arquitectura gótica.

Desde la vuelta de los cruzados de Tierra Santa, sobre todo de dicha Cruzada, la llegada de reliquias a Europa, verdaderas o falsas, como también el comercio de las mismas, aumentó de forma exponencial, obligando a la Iglesia a intervenir, intentando poner orden en este tráfico de “fragmentos de santidad”, aun siendo en parte, la causa de ello. Las sagradas reliquias también han alimentado una serie de mitos y leyendas, que surgen de hechos históricos enriquecidos con tradiciones orales y creencias religiosas, sin olvidar un toque de magia. Es el caso, por ejemplo, del Santo Grial, el famoso cáliz que fue utilizado por Jesús en la Última Cena y, según algunas tradiciones, para recoger la sangre de Cristo por parte de José de Arimatea. Sucesivamente estuvo presente en muchas leyendas, entre las cuales la del rey Arturo y de los Caballeros de la Mesa Redonda, sin hablar de la importancia que esta reliquia tuvo para Cátaros y Templarios.

La veneración de las reliquias y de los santos lugares, también es responsable del fenómeno de las peregrinaciones, con el aspecto económico que ello conlleva. Las peregrinaciones han favorecido el intercambio de culturas y la creación, entre otras cosas, de importantes obras artísticas, como atestiguan muchas de las estructuras arquitectónicas creadas a lo largo de las más importantes vías frecuentadas por los peregrinos. Además ayudaron en la creación de una conciencia europea y de una abundante literatura.

Probablemente las primeras “guías turísticas” fueron creadas para uso y consumo de los peregrinos: no sólo ofrecían informaciones de tipo religioso sino también las de tipo cultural y artístico, como por ejemplo el ‘Notitia oleorum’ (Catálogo de los aceites) escrito por un cierto abad Juan, enviado por la reina Teodolinda a Roma, alrededor del año 600, durante el papado de Gregorio I Magno (590-604). En él se enumeran las lámparas que ardían en las criptas de los mártires y, además, se citan los monumentos más famosos de la ciudad.

En Roma se custodian la mayoría de las reliquias más importantes de la cristiandad y debe su renacer también a este patrimonio, después del deplorable estado en que había quedado después de las invasiones barbáricas que aceleraron el fin del Imperio Romano. Los numerosos peregrinos que cada vez menos iban a Jerusalén debido a las distancias y las dificultades, sobre todo con las invasiones musulmanas, cada vez más iban a Roma para venerar las reliquias de los Santos Pedro y Pablo, además de otras reliquias, y para obtener las indulgencias ligadas a las visitas a los santos lugares, sobre todo a partir de cuando fueron instituidos e institucionalizados los jubileos, o años santos, es decir a partir de 1300, primer jubileo proclamado por Bonifacio VIII.

Por lo tanto podemos afirmar que si Roma pudo de nuevo ser considerada como ‘Caput Mundi’, no en cuanto al Imperio sino a la Cristiandad, se debe en parte al gran tesoro de reliquias que conserva, que hasta hoy son visitadas por millones de modernos peregrinos